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martes, junio 26, 2007

Entrevista a Jacques Lacan

Acá dejo una entrevista "inédita" (fue realizada en 1974 y publicada recién en el 2004) al gran Psicoanalista francés Jacques Lacan

Ya en 1974 se hablaba de una "Crisis del Psicoanálisis"...hay gente que no sabe lo que dice...

Lacan: "En diez años máximo, el que me lea hallará todo transparente, como una buena jarra de cerveza"

Emilio Granzotto
Magazine Litteraire


-Cada vez se habla con más frecuencia de la crisis del psicoanálisis. Se dice que Sigmund Freud está obsoleto, la sociedad moderna ha descubierto que su obra no basta para entender al hombre, ni para interpretar a fondo su relación con el mundo.

- Esos son cuentos. En primer lugar, la crisis. No existe tal crisis, no puede haberla. El psicoanálisis aún no ha encontrado sus propios límites. Todavía hay tanto por descubrir en la práctica y en el conocimiento. En el psicoanálisis no hay solución inmediata, sólo la larga y paciente investigación de las razones. En segundo lugar, Freud.

¿Cómo puede decirse que está obsoleto si aún no lo hemos entendido a cabalidad? Lo que sí es cierto es que nos ha dado a conocer cosas completamente nuevas que ni siquiera habríamos imaginado antes de él. Desde los problemas del inconsciente hasta la importancia de la sexualidad, desde el acceso a lo simbólico hasta la sujeción a las leyes del lenguaje.

- Su doctrina pone en tela de juicio la verdad, es una cuestión que nos concierne a todos y cada uno personalmente. Es algo muy distinto a una crisis. Lo repito: estamos lejos de Freud. Su nombre también ha servido para cubrir muchas cosas, ha habido desviaciones, los epígonos no siempre han seguido fielmente el modelo, se han creado confusiones. Tras su muerte en 1939, algunos de sus alumnos también pretendieron ejercer el psicoanálisis de otro modo, reduciendo su enseñanza a una fórmula banal: la técnica como ritual, la práctica restringida al tratamiento de la conducta, y como medio de readaptación del individuo a su entorno social. Es la negación de Freud, un psicoanálisis de comodidad, de salón.

- El propio Freud lo previó. Solía decir que hay tres posiciones insostenibles, tres tareas imposibles: gobernar, educar y ejercer el psicoanálisis. En nuestros días, poco importa quién asume la responsabilidad de gobernar y todo el mundo se cree educador. En cuanto a los psicoanalistas, gracias a Dios, prosperan, como los magos y los curanderos. Proponer a la gente ayudarla significa un éxito asegurado, y la clientela se atropella a sus puertas. El psicoanálisis es otra cosa.

- ¿Exactamente qué?

– Lo defino como un síntoma, revelador de la enfermedad de la civilización en la que vivimos. Ciertamente, no es una filosofía. Aborrezco la filosofía, hace ya mucho tiempo que no dice nada interesante. El psicoanálisis tampoco es una fe y no me gusta llamarlo ciencia. Digamos que es una práctica y que se ocupa de lo que no anda bien. Terriblemente difícil porque pretende introducir en la vida cotidiana lo imposible, lo imaginario. Ha obtenido algunos resultados hasta el presente pero aún no tiene reglas y se presta a todo tipo de equívocos.

No hay que olvidar que se trata de algo totalmente nuevo, bien sea con respecto a la medicina, o la sicología y a sus anexos. Además es muy joven. Freud murió hace apenas 35 años. Su primer libro, La Interpretación de los Sueños, fue publicado en 1900, con muy poco éxito. Se vendieron, eso creo, 300 ejemplares en varios años. Tuvo pocos pupilos, a quienes se les tomaba por locos, y que ni siquiera estaban de acuerdo en la manera de poner en práctica y de interpretar lo que habían aprendido.

- ¿Qué es lo que no anda bien en el hombre de hoy?

– Es ese gran hastío, la vida como consecuencia del curso del progreso. A través del psicoanálisis, las personas esperan aventurarse hasta donde puedan ir arrastrando ese hastío.

- ¿Qué impulsa a la gente a hacerse psicoanalizar?

– El miedo. Cuando le ocurren cosas, incluso cosas que desea, cosas que no comprende, el hombre siente miedo. Sufre por no entender y poco a poco cae en un estado de pánico. Es la neurosis. En la neurosis histérica, el cuerpo enferma de miedo de estar enfermo, sin estarlo en realidad. En la neurosis obsesiva, el miedo mete cosas raras en la mente, pensamientos que no podemos controlar, fobias en las cuales las formas y objetos adquieren significaciones diversas que suscitan miedo.

- ¿Por ejemplo?

– El neurótico se siente obligado por una necesidad tremenda de ir docenas de veces a verificar si un grifo está realmente cerrado. O si una cosa está en su lugar, sabiendo sin embargo con certeza que el grifo está como debe estar y que la cosa está en el lugar donde debe estar. No hay píldoras que curen esto. Hay que descubrir por qué esto nos pasa y saber qué significa.

- ¿Y la cura?

– El neurótico es un enfermo que se cura con la palabra, y sobre todo con su propia palabra. Debe hablar, contar, explicarse a sí mismo. Freud definía el psicoanálisis como la asunción por parte del sujeto de su propia historia, en la medida en que ella está constituida por la palabra dirigida a otro. El psicoanálisis es el reino de la palabra, no hay otro remedio. Freud explicaba que el inconsciente no es tan profundo como inaccesible a un examen profundo de lo consciente. Y decía que en ese inconsciente, el que habla es un sujeto dentro del sujeto, trascendiendo al sujeto. La palabra es la gran fuerza del psicoanálisis.

-¿La palabra de quién, del enfermo o del psicoanalista?

– En el psicoanálisis los términos “enfermo”, “medicina”, “remedio” no son más precisos que las fórmulas pasivas que adoptamos comúnmente. Cuando hablamos de “hacerse psicoanalizar” cometemos un error. Quien hace el verdadero trabajo en el análisis es quien habla, el sujeto analizado. Aunque lo haga de la manera sugerida por el analista quien le indica cómo proceder, y lo ayuda mediante sus intervenciones. Él también proporciona una interpretación.

A simple vista, ella parece dar un sentido a lo que dice el analizado. En realidad, la interpretación es más sutil, tendiendo a borrar el sentido de las cosas por las que sufre el individuo. El objetivo es mostrarle a través de su propio relato que el síntoma, digamos la enfermedad, no tiene relación alguna con nada, que está privada de cualquier sentido posible. Aunque en apariencia es real, no existe.

Las vías por las que procede este acto de la palabra exigen mucha práctica y una paciencia infinita. La paciencia y la medición son los instrumentos del psicoanálisis. La técnica consiste en saber medir la ayuda que se le da al individuo analizado. En consecuencia, el psicoanálisis es difícil.

–Cuando se habla de Jacques Lacan se asocia inevitablemente este nombre con una fórmula, el “regreso” a Freud ¿Qué significa esto?

– Exactamente lo que se dice. El psicoanálisis es Freud. Si se quiere hacer psicoanálisis, hay que regresar a Freud, a sus términos y definiciones, leídos e interpretados en sentido literal. Yo fundé en París una escuela freudiana precisamente con este objetivo. Hace más de 20 años que expongo mi punto de vista: regresar a Freud significa simplemente despejar el terreno de desviaciones y equívocos de la fenomenología existencial por ejemplo, como del formalismo institucional de las sociedades psicoanalíticas, retomando la lectura de la enseñanza de Freud según los principios definidos y enumerados a partir de su trabajo. Releer a Freud quiere decir sencillamente releer a Freud. Quien no lo hace en el psicoanálisis, utiliza una fórmula abusiva.

–Pero Freud es difícil. Y se dice que Lacan lo vuelve francamente incomprensible. A Lacan se le reprocha hablar y sobre todo escribir de una maneta tal que sólo unos pocos adeptos pueden esperar comprender.

– Lo sé, se me tiene por un oscuro que esconde su pensamiento tras una cortina de humo. Me pregunto por qué. A propósito del análisis, repito con Freud que es “el juego intersubjetivo a través del cual la verdad entra en lo real” ¿Acaso no está claro? Pero el psicoanálisis no es cosa de niños.

Mis libros son definidos como incomprensibles ¿Pero por qué? No los escribí para todo el mundo, para que fueran comprendidos por todos. Al contrario, nunca me ocupé en lo más mínimo de complacer a ningún tipo de lector, quien quiera que sea. Tenía cosas que decir y las dije. Me basta con tener un público que lee. Si no comprenden, paciencia. En cuanto al número de lectores, he tenido más suerte que Freud. Mis libros son incluso más leídos, eso me sorprende.
También estoy convencido de que en diez años máximo, el que me lea hallará todo transparente, como una buena jarra de cerveza. Quizá entonces dirán: ‘Este Lacan, que banalidad’”.

– ¿Cuáles son las características del lacanismo?

– Aún es muy pronto para decirlo, ya que el lacanismo todavía no existe. Apenas se siente su aroma, como un presentimiento.

En todo caso, Lacan es un señor que práctica el psicoanálisis desde al menos 40 años y que durante todos esos años lo ha estudiado. Creo en el estructuralismo y en la ciencia del lenguaje. Escribí en mi libro que “a lo que nos lleva el descubrimiento de Freud es a la enormidad del orden en el que hemos entrado, en el que nacimos por segunda vez, si se quiere expresar así, saliendo del estado llamado muy acertadamente infans, sin palabra”.

El orden simbólico sobre el cual Freud basó su descubrimiento está constituido por el lenguaje como momento del discurso universal concreto. Es el mundo de la palabra el que crea el mundo de las cosas, inicialmente confusas en todo lo que está por suceder. Sólo las palabras pueden dar un sentido cabal a la esencia de las cosas. Sin las palabras, nada existiría ¿Qué sería el placer sin el intermediario de la palabra?

Mi idea es que Freud, enunciando en sus primeras obras – La interpretación de los sueños, Más allá del principio del placer, Tótem y tabú- las leyes del inconsciente, fue el precursor de la postulación de las teorías con las cuales unos años después Ferdinand de Saussure abriría la vía a la lingüística moderna. Esta está sometida, como todo el resto, a las leyes del lenguaje. Sólo las palabras pueden engendrarla y darle consistencia. Sin el lenguaje, la humanidad no avanzaría ni un paso en las investigaciones sobre el pensamiento. Este es el caso del psicoanálisis. Cualquiera que sea la función que se le atribuya, agente de sanación, de formación o de sondeo, sólo hay un medio del cual nos servimos: la palabra del paciente. Y toda palabra amerita una respuesta.

– Luego, es análisis en tanto que diálogo. Hay personas que lo interpretan más bien como un sucedáneo de la confesión.

- ¿Pero qué confesión? No le confesamos nada al psicoanalista. Uno se deja llevar a decirle cosas, simplemente, todo lo que nos pasa por la cabeza. Palabras, precisamente. El descubrimiento del psicoanálisis es el hombre como animal hablante. Le corresponde al analista ordenar las palabras que escucha y darles un sentido, una significación. Para hacer un buen análisis, hace falta un acuerdo, la alianza entre el analizado y el analista.

A través del discurso de uno, el otro intenta de hacerse una idea de lo que se trata y descubrir más allá del síntoma aparente el nudo difícil de la verdad. La otra función del analista es explicar el sentido de las palabras para hacer entender al paciente lo que puede esperarse del análisis.

– Es una relación de extrema confianza.

– Más bien un intercambio donde lo importante es que uno habla y el otro escucha. También el silencio. El analista no plantea preguntas y no tiene ideas. Sólo da las respuestas que quiere darle a las cuestiones que suscitan su deseo. Pero al final del final, el analizado siempre va a donde lo lleva el analista.

– Acaba de hablar de la cura ¿Hay posibilidad de curar? ¿Superar la neurosis?

– El psicoanálisis triunfa cuando limpia el terreno, sale del síntoma, sale de lo real. Es decir, cuando llega a la verdad.

- ¿Podría enunciar el mismo concepto de una manera menos lacaniana?

– Llamo síntoma a todo lo que viene de lo real. Y real a todo aquello que anda mal, que no funciona, que se opone a la vida del hombre y al enfrentamiento de su personalidad. Lo real siempre regresa al mismo lugar. Siempre lo encontramos allí, con los mismos rostros. Los científicos tienen razón al decir que nada es imposible en lo real. Hace falta un tupé sagrado para afirmar cosas de este tipo, o bien, como lo supongo, la total ignorancia de lo que se hace y se dice.
Lo real y lo imposible son antitéticos, no pueden ir juntos. El análisis empuja al individuo hacia lo imposible, le sugiere considerar el mundo como es verdaderamente, es decir imaginario, sin significación. Mientras que lo real, como un pájaro voraz, no hace más que nutrirse de cosas con sentido, acciones que tienen un sentido.

Escuchamos repetir que hay que darle sentido a esto o aquello, a sus propios pensamientos, a sus propias aspiraciones, a los deseos, al sexo, a la vida. Pero no sabemos nada de nada sobre la vida. Los sabios se afanan en explicárnoslo.
Mi temor es que por su fracaso, lo real, esa cosa monstruosa que no existe, termine por tomarlo, por arrastrarlo. La ciencia sustituye a la religión y además es más despótica, obtusa y oscurantista. Hay un dios-átomo, un dios-espacio, etc. Si la ciencia gana o la religión, el psicoanálisis está acabado.

– ¿En nuestros días, que relación existe entre la ciencia y el psicoanálisis?

– Para mí, la única ciencia verdadera, seria, a seguir, es la ciencia-ficción. La otra, la oficial, la que tiene sus altares en los laboratorios, avanza a tientas, sin equilibrio. E incluso, comienza a tener miedo de su propia sombra.

Parece que a los sabios les está llegando el momento de la angustia. En sus laboratorios asépticos, en sus batas almidonadas, esos viejos chiquillos que juegan con cosas desconocidas, fabricando aparatos cada vez más complicados e inventando fórmulas cada vez más oscuras, comienzan a preguntarse lo que podrá venir mañana, a dónde nos llevarán finalmente sus investigaciones siempre novedosas. En fin, yo me pregunto ¿y si fuera demasiado tarde? Los biólogos se lo preguntan hoy, o los físicos, los químicos. Para mí, están locos. Aunque ya están en el proceso de cambiarle el rostro al universo, sólo ahora, en el presente se les ocurre preguntarse si por casualidad esto no podría ser peligroso ¿Y si todo saltara? ¿Si las bacterias cultivadas tan amorosamente en los blancos laboratorios se transformaran en enemigos mortales? ¿Y si el mundo fuera barrido por una horda de estas bacterias con toda la mierda que lo habita, comenzando por esos sabios de los laboratorios?

A las tres posiciones imposibles de Freud, gobierno, educación, psicoanálisis, yo le agregaría una cuarta, la ciencia. Salvo que los sabios no saben que su posición es insostenible.

– Esa es una visión bastante pesimista de lo que llamamos progreso.

– No, es otra cosa. No soy pesimista. No pasará nada. Por la sencilla razón de que el hombre es un bueno para nada, ni siquiera es capaz de destruirse a sí mismo. Personalmente, me parecería maravillosa una calamidad total producida por el hombre. Esa sería la prueba de que ha llegado a hacer algo con sus manos, su cabeza, sus intervenciones divinas, naturales o de otra especie.
Todas esas bellas bacterias sobrealimentadas por diversión, diseminadas en el mundo como las langostas de la Biblia, significarían el triunfo del hombre. Pero eso no sucederá. La ciencia atraviesa, afortunadamente, por una crisis de responsabilidad, todo entrará en el orden de las cosas, como se dice. Yo lo anuncié: lo real tomará la delantera, como siempre. Y nosotros seremos como siempre dichosos.

– Otra paradoja de Jacques Lacan. Se le reprocha, además de la dificultad del lenguaje y oscuridad de los conceptos, los juegos de palabras, las bromas del lenguaje, los retruécanos a la francesa, y precisamente, las paradojas. Quien lo escucha o quien lo lee tiene el derecho a sentirse desorientado.

– De hecho, ya no bromeo, digo cosas muy serias. Me sirvo solamente de la palabra como los sabios de los que he hablado se sirven de sus alambiques y de sus instalaciones electrónicas. Siempre busco referirme a la experiencia del psicoanálisis.

– Usted dice: lo real no existe. Pero el hombre promedio sabe que lo real es el mundo, todo lo que lo rodea, lo que ve con sus ojos, lo que toca.

– Deslastrémonos también de este hombre promedio que, en principio no existe. Existen individuos, eso es todo. Cuando escucho hablar del hombre común, de fenómenos de masa y de cosas de ese tipo, pienso en todos los pacientes que he visto pasar por el diván en cuarenta años de escucha. Ninguno, en medida alguna, se parece al otro, ninguno tiene las mismas fobias, las mismas angustias, la misma manera de relatar, el mismo miedo de no entender. El hombre promedio ¿quién es ese? ¿Yo, usted, mi conserje, el presidente de la república?

– Hablábamos de lo real, del mundo que vemos todos.

- Exactamente. La diferencia entre lo real, es decir lo que está mal, y lo simbólico, lo imaginario es decir la verdad, es que lo real es el mundo. Para constatar que el mundo no existe, que no hay mundo, basta con pensar en todas las banalidades que una infinidad de imbéciles creen que es el mundo. Y yo invito a mis amigos de Panorama, antes de acusarme de paradójico, a reflexionar sobre lo que apenas han leído.

– Se diría que usted es siempre pesimista.

– Eso no es cierto. No me clasifico ni entre los alarmistas ni entre los angustiados. Será muy infeliz el psicoanalista que no haya superado el estadio de la angustia. Es cierto, a nuestro alrededor hay cosas horripilantes y devoradoras, como la televisión por medio de la cual una gran parte de nosotros es fagocitada. Pero esto sólo ocurre porque hay personas que se dejan fagocitar, que hasta se inventan un interés por lo que ven.

Luego, hay otros ardides monstruosos igualmente devoradores: los cohetes que van a la luna, las investigaciones en el fondo de los océanos, etc. Todas cosas que devoran. Pero no hay motivo para dramatizar. Estoy seguro de que cuando nos hartemos de los cohetes, de la televisión y de todas las malditas investigaciones al vacío, encontraremos otra cosa de qué ocuparnos. Es una reviviscencia de la religión ¿verdad? ¿Y qué mejor monstruo devorador que la religión? Es una fiestas continua para divertirse durante siglos como ya ha quedado demostrado.

Mi respuesta a todo eso, es que el hombre siempre ha sabido adaptarse al mal. Lo único real que podemos concebir, a lo que tenemos acceso es justamente eso: habrá que buscarle una razón, darle sentido a las cosas, como decimos. De otro modo, el hombre no tendría angustia, Freud no se habría hecho célebre, y yo sería profesor de liceo.

– ¿Las angustias siempre son de esta naturaleza o existen angustias ligadas a ciertas condiciones sociales, a determinadas épocas históricas, a algunas latitudes?

– La angustia del sabio que tiene miedo de sus descubrimientos puede parecer reciente. ¿Pero qué sabemos de lo que ocurrió en otros tiempos? ¿De los dramas des otros investigadores? La angustia del obrero esclavo en la cadena de producción como en la rama de una galera, es la angustia de hoy. O, más sencillamente, está vinculada con las otras definiciones y palabras de hoy.

- ¿Pero qué es la angustia para el psicoanálisis?

– Algo que se sitúa más allá de nuestro cuerpo, un miedo, pero de nada, que el cuerpo, incluido el espíritu, puede motivar. El miedo del miedo, en resumen. Muchos de esos miedos, muchas de esas angustias, al nivel que las percibimos tienen que ver con el sexo. Freud decía que la sexualidad, para el animal hablante que se llama hombre, no tiene ni remedio ni esperanza. Una de las tareas del analista es encontrar en la palabra del paciente la relación entre la angustia y el sexo, ese gran desconocido.

– Hoy en día, cuando el sexo se distribuye por todas partes, sexo en el cine, sexo en el teatro, sexo en la televisión, sexo en los periódicos, en las canciones, en las playas, se dice que las personas siente menos angustia por los problemas ligados a la esfera sexual. Los tabúes han caído, se dice, el sexo ya no da miedo.

– La sexomanía invasora no es más que un fenómeno publicitario. El psicoanálisis es una cosa sería que tiene que ver, lo repito, con una relación estrictamente personal entre dos individuos: el sujeto y el analista. No existe el psicoanálisis colectivo, así como no hay angustias o neurosis de masas.

Que el sexo sea puesto al orden del día en cada esquina, tratado como un detergente cualquiera en los carruseles televisados, no implica ninguna promesa de beneficio alguno. No digo que eso sea malo. No basta ciertamente con tratar las angustias y los problemas particulares. Hay que partir de la moda, de esa fingida liberalización que se nos da, como un bien otorgado desde arriba, por la supuesta sociedad permisiva. Pero no sirve a nivel del psicoanálisis.


Fuente: Un blog...

Para asegurar más la veracidad:
Magazine Litteraire Nro. 428
[Editado 28-01-2010: el link de la Revista no funciona más, dejo este otro link, que tiene una parte del artículo en francés, porque ahora la revista tiene la modalidad "sea miembro premium y podrá acceder a todo el contenido". Artículo en Magazine Litteraire Nro. 428 (parcial)]

¡Salud!

martes, junio 12, 2007

Principios Rectores del Acto Analítico

A aquellos que les pique la curiosidad por el psicoanálisis, les dejo estas palabras de Eric Laurent. Aclaro que el resaltado en verde es mío.


Preámbulo
Durante el Congreso de la AMP en Comandatuba, en el 2004, la Delegada General presentó una "Declaración de principios" ante la Asamblea General. Luego los Consejos de las Escuelas hicieron llegar los resultados de sus lecturas, de sus observaciones y señalamientos. Después de ese trabajo, presentamos ahora, ante la Asamblea, estos Principios que les pedimos adopten.


Primer principio: El psicoanálisis es una práctica de la palabra. Los dos participantes son el analista y el analizante, reunidos en presencia en la misma sesión psicoanalítica. El analizante habla de lo que le trae, su sufrimiento, su síntoma. Este síntoma está articulado a la materialidad del inconsciente; está hecho de cosas dichas al sujeto que le hicieron mal y de cosas imposibles de decir que le hacen sufrir. El analista puntúa los decires del analizante y le permite componer el tejido de su inconsciente. Los poderes del lenguaje y los efectos de verdad que este permite, lo que se llama la interpretación, constituyen el poder mismo del inconsciente. La interpretación se manifiesta tanto del lado del psicoanalizante como del lado del psicoanalista. Sin embargo, el uno y el otro no tienen la misma relación con el inconsciente pues uno ya hizo la experiencia hasta su término y el otro no.

Segundo principio: La sesión psicoanalítica es un lugar donde pueden aflojarse las identificaciones más estables, a las cuales el sujeto está fijado. El psicoanalista autoriza a tomar distancia de los hábitos, de las normas, de las reglas a las que el psicoanalizante se somete fuera de la sesión. Autoriza también un cuestionamiento radical de los fundamentos de la identidad de cada uno. Puede atemperar la radicalidad de este cuestionamiento teniendo en cuenta la particularidad clínica del sujeto que se dirige a él. No tiene en cuenta nada más. Esto es lo que define la particularidad del lugar del psicoanalista, aquel que sostiene el cuestionamiento, la abertura, el enigma, en el sujeto que viene a su encuentro. Por lo tanto, el psicoanalista no se identifica con ninguno de los roles que quiere hacerle jugar su interlocutor, ni a ningún magisterio o ideal presente en la civilización. En ese sentido, el analista es aquel que no es asignable a ningún lugar que no sea el de la pregunta sobre el deseo.

Tercer principio: El analizante se dirige al analista. Pone en el analista sentimientos, creencias, expectativas en respuesta a lo que él dice, y desea actuar sobre las creencias y expectativas que él mismo anticipa. El desciframiento del sentido no es lo único que está en juego en los intercambios entre analizante y analista. Está también el objetivo de aquel que habla. Se trata de recuperar junto a ese interlocutor algo perdido. Esta recuperación del objeto es la llave del mito freudiano de la pulsión. Es ella la que funda la transferencia que anuda a los dos participantes. La formula de Lacan según la cual el sujeto recibe del Otro su propio mensaje invertido incluye tanto el desciframiento como la voluntad de actuar sobre aquel a quien uno se dirige. En última instancia, cuando el analizante habla, quiere encontrar en el Otro, más allá del sentido de lo que dice, a la pareja de sus expectativas, de sus creencias y deseos. Su objetivo es encontrar a la pareja de su fantasma. El psicoanalista, aclarado por la experiencia analítica sobre la naturaleza de su propio fantasma, lo tiene en cuenta y se abstiene de actuar en nombre de ese fantasma.

Cuarto principio: El lazo de la transferencia supone un lugar, el "lugar del Otro", como dice Lacan, que no está regulado por ningún otro particular. Este lugar es aquel donde el inconsciente puede manifestarse en el decir con la mayor libertad y, por lo tanto, donde aparecen los engaños y las dificultades. Es también el lugar donde las figuras de la pareja del fantasma pueden desplegarse por medio de los más complejos juegos de espejos. Por ello, la sesión analítica no soporta ni un tercero ni su mirada desde el exterior del proceso mismo que está en juego. El tercero queda reducido a ese lugar del Otro.
Este principio excluye, por lo tanto, la intervención de terceros autoritarios que quieran asignar un lugar a cada uno y un objetivo previamente establecido del tratamiento psicoanalítico. El tercero evaluador se inscribe en esta serie de los terceros, cuya autoridad sólo se afirma por fuera de lo que está en juego entre el analizante, el analista y el inconsciente.

Quinto principio: No existe una cura estándar ni un protocolo general que regiría la cura psicoanalítica. Freud tomó la metáfora del ajedrez para indicar que sólo había reglas o para el inicio o para el final de la partida. Ciertamente, después de Freud, los algoritmos que permiten formalizar el ajedrez han acrecentado su poder. Ligados al poder del cálculo del ordenador, ahora permiten a una máquina ganar a un jugador humano. Pero esto no cambia el hecho de que el psicoanálisis, al contrario que el ajedrez, no puede presentarse bajo la forma algorítmica. Esto lo vemos en Freud mismo que transmitió el psicoanálisis con la ayuda de casos particulares: El Hombre de las ratas, Dora, el pequeño Hans, etc. A partir del Hombre de los lobos, el relato de la cura entró en crisis. Freud ya no podía sostener en la unidad de un relato la complejidad de los procesos en juego. Lejos de poder reducirse a un protocolo técnico, la experiencia del psicoanálisis sólo tiene una regularidad, la de la originalidad del escenario en el cual se manifiesta la singularidad subjetiva. Por lo tanto, el psicoanálisis no es una técnica, sino un discurso que anima a cada uno a producir su singularidad, su excepción.

Sexto principio: La duración de la cura y el desarrollo de las sesiones no pueden ser estandarizadas. Las curas de Freud tuvieron duraciones muy variables. Hubo curas de sólo una sesión, como el psicoanálisis de Gustav Mahler. También hubo curas de cuatro meses como la del pequeño Hans o de un año como la del Hombre de las ratas y también de varios años como la del Hombre de los lobos. Después, la distancia y la diversificación no han cesado de aumentar. Además, la aplicación del psicoanálisis más allá de la consulta privada, en los dispositivos de atención, ha contribuido a la variedad en la duración de la cura psicoanalítica. La variedad de casos clínicos y de edades en las que el psicoanálisis ha sido aplicado permite considerar que ahora, en el mejor de los casos, la duración de la cura se define "a medida". Una cura se prolonga hasta que el analizante esté lo suficientemente satisfecho de la experiencia que ha hecho como para dejar al analista. Lo que se persigue no es la aplicación de una norma sino al acuerdo del sujeto consigo mismo.

Séptimo principio: El psicoanálisis no puede determinar su objetivo y su fin en términos de adaptación de la singularidad del sujeto a normas, a reglas, a determinaciones estandarizadas de la realidad. El descubrimiento del psicoanálisis es, en primer lugar, el de la impotencia del sujeto para llegar a la plena satisfacción sexual. Esta impotencia es designada con el término de castración. Más allá de esto, el psicoanálisis con Lacan, formula la imposibilidad de que exista una norma de la relación entre los sexos. Si no hay satisfacción plena y si no existe una norma, le queda a cada uno inventar una solución particular que se apoya en su síntoma. La solución de cada uno puede ser más o menos típica, puede estar más o menos sostenida en la tradición y en las reglas comunes. Sin embargo, puede también remitir a la ruptura o a una cierta clandestinidad. Todo esto no quita que, en el fondo, la relación entre los sexos no tiene una solución que pueda ser "para todos". En ese sentido, está marcada por el sello de lo incurable, y siempre se mostrará defectuosa.
El sexo, en el ser hablante, remite al "no todo".

Octavo principio: La formación del psicoanalista no puede reducirse a las normas de formación de la universidad o a las de la evaluación de lo adquirido por la práctica. La formación analítica, desde que fue establecida como discurso, reposa en un trípode: seminarios de formación teórica (para-universitarios), la prosecución por el candidato psicoanalista de un psicoanálisis hasta el final (de ahí los efectos de formación), la transmisión pragmática de la práctica en las supervisiones (conversaciones entre pares sobre la práctica) Durante un tiempo, Freud creyó que era posible determinar una identidad del psicoanalista. El éxito mismo del psicoanálisis, su internacionalización, las múltiples generaciones que se han ido sucediendo desde hace un siglo, han mostrado que esa definición de una identidad del psicoanalista era una ilusión. La definición del psicoanalista incluye la variación de esta identidad. La definición es la variación misma. La definición del psicoanalista no es un ideal, incluye la historia misma del psicoanálisis y de lo que se ha llamado psicoanalista en distintos contextos de discurso.

La nominación del psicoanalista incluye componentes contradictorios. Hace falta una formación académica, universitaria o equivalente, que conlleva el cotejo general de los grados. Hace falta una experiencia clínica que se trasmite en su particularidad bajo el control de los pares. Hace falta la experiencia radicalmente singular de la cura. Los niveles de lo general, de lo particular y de lo singular son heterogéneos. La historia del movimiento psicoanalítico es la de las discordias y la de las interpretaciones de esa heterogeneidad. Forma parte, ella también, de la gran Conversación del psicoanálisis, que permite decir quién es psicoanalista. Este decir se efectúa en procedimientos que tienen lugar en esas comunidades que son las instituciones analíticas. El psicoanalista nunca está solo, sino que depende, como en el chiste, de un Otro que le reconozca. Este Otro no puede reducirse a un Otro normativizado, autoritario, reglamentario, estandarizado. El psicoanalista es aquel que afirma haber obtenido de la experiencia aquello que podía esperar de ella y, por lo tanto, afirma haber franqueado un "pase", como lo nombró Lacan. El “pase” testimonia del franqueamiento de sus impases. La interlocución con la cual quiere obtener el acuerdo sobre ese atravesamiento, se hace en dispositivos institucionales. Más profundamente, ella se inscribe en la gran Conversación del psicoanálisis con la civilización. El psicoanalista no es autista. El psicoanalista no cesa de dirigirse al interlocutor benevolente, a la opinión ilustrada, a la que anhela conmover y tocar en favor de la causa analítica.

Traducción: Carmen Cuñat

Fuente: AMP Blog

domingo, junio 10, 2007

Sobre el Psicoanálisis

Me parece interesante la visión de personas muy maduras que llegan a definir algo por lo que no es, o mediante aproximaciones por las fronteras de eso que si se dice, deja de ser lo que se quería transmitir. Lean a Jesús intentando explicarle a los que lo escuchaban lo que era para él el "Reino de los Cielos" mediante muchas parábolas. También tenemos el caso de Lao Tse, afirmando:
"El Tao llamado Tao
no es el Tao eterno.
El nombre que puede ser nombrado
no es el verdadero nombre.

El principio del cielo y de la tierra
no tiene nombre."

Tal vez algo relacionado con esto sea lo que entendí de una explicación que le dieron a mi compañera en la facultad de psicología referida a las definiciones; era más o menos así: "Llamamos 'mesa' a una mesa, porque no es el techo, ni un lápiz, ni una carpeta, ni un bolígrafo, ni..." (ni nada que no sea una mesa).

Dejo a continuación un Fragmento del trabajo “Intervención sobre la interpretación”, incluido en Encuentro de Buenos Aires. El efecto mutativo de la interpretación psicoanalítica, compilación de Juan Carlos Stagnaro y Dominique Wintrebert (Ed. Polemos).
Este fragmento lo saqué de Página 12

El que sabe que no sabe lo que dice

Por Jacques-Alain Miller (Psicoanalista. Delegado general de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Presidente del Instituto del Campo Freudiano)

Preguntémonos cuáles son los grandes usos de la palabra en el vínculo social. 1) Está la palabra que manda. El que manda habla primero. El otro obedece, se conforma, se somete, hace lo que se le dice. “Ve”, dice el amo, y el servidor va. Así se expresa un antiguo texto babilónico. 2) Está la palabra que comunica, que enseña, que informa, es decir que impone al otro una forma, un estándar, que trasega saberes. Al que recibe le toca conformarse. 3) Y está la palabra que expresa. Bajo sus formas primarias parece desconocer todo destinatario; pero, fundamentalmente, expresarse es dirigirse a otro, quejarse, reivindicar, pedir a otro que tiene lo que a uno le falta, forzar la escucha. Pienso en el alto funcionario ruso puesto en escena por Gogol, que se ofende cuando su subordinado le dirige la palabra: “¿Cómo se atreve? (a hablarme)”. Ya hablarle es insolencia, hacerse escuchar por el potente es ejercer un poder ilegítimo.
Con respecto a esta tripartición, ¿qué vamos a decir de la palabra que interpreta? Como analista, también estoy por estructura en una posición de superioridad. Me solicitan, como iban a Delfos a hacerse descifrar el destino por la pitonisa transportada. Vienen, como a pitonisa, a someter su palabra a mi examen. Un médico dice: “¡Desvístete! ¡Muestra el cuerpo!”. Un analista dice: “¡Habla!”.
Para el solicitante se trata de quitarse todo lo que ata la palabra, de relajar las exigencias del superyó, las inhibiciones, la buena educación; deponer las armas de la palabra que manda, y quedarse solamente con la palabra que demanda, que impone su queja. Por estructura, la interpretación analítica supone la disimetría de los interlocutores. Strachey hace del analista un “superyó auxiliar”, un nuevo trozo de superyó que va contra el superyó ya existente. Lacan, de manera más formalizada, ubica al analista en el lugar del amo.
Pero es un amo que no actúa como un amo. Esa es la paradoja constitutiva del acto interpretativo en el psicoanálisis: el analista dispone del poder de la palabra, y no lo utiliza ni para mandar, ni para enseñar, ni para esculpir al paciente según su propia imagen, ni para comunicar sus emociones y transmitir lo que lo divide. Por supuesto, hace todo esto, pero en tanto preliminar a lo que es su uso propio, peculiar, inédito de la palabra, es decir, interpretar.
Siento la interpretación como una práctica exquisita, que necesitaría de un tacto infinito, que no se confunde para nada con la buena educación. Lacan decía que no se podía analizar a los ricos porque no pueden pagar, pagar con algo que les cueste. Dudo que se pueda analizar a reyes y princesas, si se les debe respeto. Respeto es distancia, mientras que la palabra de interpretación se avecina a lo más íntimo sin respetar el encuadre, la ciudadela que protege a lo más arraigado del síntoma, a la libido que él tiene presa.
Toda interpretación es irrespetuosa, un analista puede ser civil, pero si se detuviera en la buena educación, no funcionaría. Actúa de manera inhabitual, y a veces hasta indelicada, pero con tacto, de manera dosificada, a la medida de lo que el otro puede soportar de la potencia de la palabra. Le corresponde ser delicado en la brutalidad misma de la interpretación, en el paso brusco de la cortesía al irrespeto que no apunta a sacudir al otro sino, en él, al viejo amo que comanda la repetición.
Se podría decir que la palabra de la interpretación se sostiene en un lenguaje que es metalenguaje puesto que toma como referencia, como objeto, la palabra del otro. Pero la estratificación del lenguaje objeto y del metalenguaje sólo es posible en la dimensión del escrito.
En el análisis, el intérprete no habla otra lengua que la del otro.
A la vez, dos locutores jamás hablan la misma lengua. Nunca una palabra tiene exactamente la misma significación para dos, o, por lo menos, la misma resonancia. Es la carga libidinal de las palabras la que determina la significación, y su distribución es siempre singular. Lo que se puede poner como denominador común, es solamente el sin-sentido: emblemas, señales, rituales, palabras vaciadas de significación.
Uno no sabe lo que quiere decir una palabra para el otro, el eco que encuentra en él, la resonancia, y, por esa misma razón, cuando uno habla a otro, nunca sabe lo que uno mismo dice.
Un analista debería ser una excepción. Debería ser el hombre que sabe lo que dice. Era el ideal de Monsieur Teste, de Paul Valéry. Pero seamos más humildes: un analista es el hombre –el ser-hablante– que sabe que nadie sabe lo que dice, el peso, el alcance de lo que dice. Es imposible para un analista refugiarse en un “No quise decir esto” cuando el otro interpreta la interpretación que le ha dado. ¡Es ridículo invocar su buena intención como uno es analista! ¡Invocar su buena fe! Como dice Lacan: “De todos los errores, el de buena fe es el más imperdonable”.
La buena fe supone otro que reconozca que no he deseado esto. El inconsciente significa que tú no sabes lo que deseas, que algo te queda velado para siempre en tu deseo. “Soy de buena fe” se interpreta como “No me hago responsable de las consecuencias”. Esa excusa, esa cobardía no está permitida a un analista. Lo que no sé de mi deseo, me lo enseñan las consecuencias de lo que digo.
“De nuestra posición de sujeto –dice Lacan– somos siempre responsables.” Es una tesis existencialista que se torna irónica en el psicoanálisis: somos responsables sin ser libres. Es decir: nuestras elecciones son forzadas.

martes, octubre 25, 2005

Ética (coherencia)

Hay algo que no me cierra cuando alguien ataca a otro; y en el caso particular del debate con Yinius no me cierra su ataque a Freud y a Lacan.
¿Realmente ha leído algo de ellos? ¿Ha hecho psicoanálisis alguna vez? Si lo hizo, ¿cómo se relacionó (Yinius) con sus propios saberes? ¿Tubo la ética necesaria para admitir que él era en gran parte responsable de muchas cosas malas que le pasaron? (y buenas también, pero para reconocer lo bueno no hace falta ética, sino tener algo de autoestima y de crítica) ¿Fue lo suficientemente ético para hacerse cargo de sus saberes?
¿Por qué degradar a otro con el lenguaje? ¿Para qué? ¿Qué busca Yinius con eso? (recordemos que no es a mí a quien le dirije toda una serie de improperios y descalificaciones injustificadas)

Generalizar diciendo que el Psicoanálisis en Argentina no tiene autocrítica no es acertado. Hay muchos que quizás no hagan autocrítica, pero hay otros que sí lo hacen. Por otro lado, eso lo encontramos en cualquier ámbito -eso de que haya gente ética (coherente) y gente no ética en un "grupo" cualquiera-: así como podemos encontrar gente que no sea autocrítica en un grupo de psicoanalistas (sea un grupo a nivel organización, a nivel ciudad, a nivel país o a nivel "todos los psicoanalistas") así encontraremos también dos tipo de actitudes que toman las personas en grupos de cualquier tipo (científicos, políticos, religiosos, filósofos, etc); y todo esto se trata de Ética, de la Coherencia como Ética.
Quizás algunos me pregunten "¿Qué tiene que ver la autocrítica con la Ética?". Y yo digo que no se puede ser Ético sin ser Autocrítico, a cuasa de que a todos en distintos momentos (varias veces) nos llega un punto en que la coherencia nos lleva invariablemente a ser autocríticos (o a evitar la autocrítica, y en ese caso somos no-éticos). ¿Coherencia? Sí, coherencia. Entre lo que decimos y lo que hacemos, entre lo que pensamos y lo que actuamos, entre lo que sentimos y lo que retornamos.
Es muy interesante el tema de la coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace. ¿Cuántas veces hemos sido coherentes? ¿Cuántas veces hemos elegido lo fácil para no tener que ver nuestra realidad?
Podemos tomar ejemplos de grandes personajes (y de personas también) que han sido coherentes. Si nos fijamos en El Quijote, vemos que él en su locura era coherente: veía monstruos en los molinos y los atacaba, veía gente que era llevada encadenada y los liberaba. Me dirán algunos que así le iba (se quedaba incrustado en un aspa del molino o era apedreado por los mismos a quien él había liberado), pero él era coherente porque en lo que él consideraba real veía monstruos y gente esclavisada; por eso actuaba como actuaba. Y cuando al final le es presentado otro aspecto de lo Real se da cuenta que lo que veía antes como Real ya no lo era tanto; y eligió ser coherente y aceptar lo nuevo que vio (a partir de lo que le mostraron) como Real.
Yo considero que ser Ético significa ser coherente, y que para ser coherente no se puede andar eligiendo lo fácil. Claro que yo no soy ético en toda situación, conozco pocas personas que lo son
. Pero mientras tanto, a lo largo de mi confuso camino sigo apostando por lo ético, por lo coherente. Y digo confuso camino relacionándolo con la coherencia pues puedo percibir que a causa de la confusión no soy coherente (la confusión genera miedo, el miedo lleva a lo fácil, que es quedarse donde uno está parado, sin intentar vencer el obstáculo).

Volviendo a las respuestas a Yinius: Cuando se critica, se critica desde un punto, desde un punto de vista (o desde varios, que para el caso es lo mismo). Me parece que la crítica sin punto de vista es como querer criticar una pintura artística con los ojos vendados, las narices y los oídos tapados, y atado a una silla con la pintura fuera del alcance de uno.

¿Mi actitud es al menos necia? Sí, lo es, al igual que la tuya; y esto tiene que ver con eso de que no en todas las ocasiones soy coherente, lo que tiene que ver con...

"Ir hacia el error". Sí, cuando nos chocamos con las paredes aprendemos (a menos que no seamos éticos). Igual me parece que lo que decía el profesor (de mi novia) es que además de hacer con lo que se tiene hay que dejar que una parte de nosotros -que no es tan lineal, tan cerrada- haga lo suyo, y "dejar que haga" significa darle atención a lo que esa parte de uno percibe y elabora.

También me hago cargo de lo que hago acá en este debate, estoy de acuerdo en que no necesitamos mediadores. Agradezco que te metas hasta la cintura en este debate y digo: sentí algo similar a lo que vos decís respecto de que me quieran sugerir cómo hacer algo (y que siento que estoy haciendo bastante bien); si bien sé que cabe la posibilidad de que puedo estar equivocando respecto de esa percepción, pero a causa de que soy coherente con aquello que me parece que es, actúo en consecuencia (o sea, para este caso del protocolo que propone Sofía, digo lo que pienso respecto de lo que me parece que es -¿Qué es lo que es? En este caso me parece que "lo que es" es un querer imponer reglas a los demás, o algo similar-).

Un abrazo a todos,
Diego.

martes, octubre 11, 2005

El Espíritu del Hombre

El hecho de perderme en el pensar-me viene desde hace mucho más tiempo de que empezara yo mi terapia psicoanalítica, por lo tanto no es correcto decir que de ahí (del psicoanálisis) surgen el pensar-me o el perder-me.
El psicoanálisis no tiene como base "el error está siempre en uno mismo". Ni siquiera eso está presente en mí. Lo que hago yo es tomar lo que dice el otro, ver cuánto de cierto hay en eso que dice, y si lo hay y se aplica a mí entonces tratar de hacerme cargo de eso (tratar de ver lo que quizás no haya querido ver hasta el momento). Pero esto no significa que el error siempre lo busque en mí: yo también busco un error en el discurso del otro.
Y hay que aclarar que no porque lo que alguien dice tenga algo de error -sea porque lo que le dice a otro está equivocado en su destinatario, sea porque un fragmento de su crítica tenga algo de error en su enunciado-, se pueda concluir que deja de ser válido por completo eso que dijo; cosa que vale para lo que dice el otro o lo que digo yo (aclaración necesaria pues Yinius piensa que siempre busco el error en mí).

Si lo que dice A es para B y no para C, igual puede C revisar si lo que dijo A para B tiene algo de verdad para sí mismo (para C).
¿Que cómo es eso de que A hablando con C le dice algo que era para B? Eso es un desplazamiento, eso es consecuencia de que hay algo de C que a A le recuerda a B. Por ejemplo: C puede tener una manera de comportarse ante cierto tipo de estímulos, y esa manera supongámosla semejante a la manera de B. Entonces y como consecuencia de que gran parte de nuestro comportamiento está basado en la repetición y en la rememoración de experiencias pasadas, A verá -en su pensamiento- en ese momento a B, no a C, y por lo tanto a B y no a C le estará diciéndo algo. (y para complejizar más la cuestión podemos decir que ese B puede ser el mismo A, o sea: A se está diciendo algo a sí mismo)
De todas maneras, C puede revisar si lo que le dice A tiene algo de válido para sí.

Ahora, supongamos que A le está diciendo algo a C (sin importar acá si en realidad eso que dice está dirigido a B) y a ese decir lo podemos dividir en enunciados E1, E2,..., Ek.
Si alguno de los enunciados tiene error no significa que todos los tengan:
  • Si E1 implica E2, E2 implica E3 y así hasta Ek-1 implica Ek, en este caso, si por ejemplo E3 es erróneo entonces sólo son inválidos los enunciados desde E3 hasta Ek.
  • Pero si los enunciados que dice A no está enlazados por una relación de "Ei implica Ej" entonces la falla de, por ejemplo E3, sólo implica que E3 es erróneo.
Y acá puedo decir entonces que aún si yo buscara el error únicamente en mí no sería incorrecto hacerlo. Porque puede que buscando el error en mí me de cuenta que éste no está; y si está lo podré corregir, si quiero hacerlo.

No, la confusíon no me protege del dolor, en todo caso lo aumenta. Igual: el hecho de que yo complejize las cosas no es por puro masoquismo, sino porque lo complejo es una parte del todo, y por lo tanto, si uno quiere comprender el todo, lo complejo debe ser abordado (además, por supuesto, de abordar lo simple)

Estoy de acuerdo con las citas que Yinius incluye en su discurso. Cita textual:
"solo 2 cosas hay infinitas. el universo y la estupidez humana"
(adjudicada a Einstein)

"la estupidez humana consiste basicamente en intentar obtener un resultado distinto haciendo siempre lo mismo"
(creo que de Gregory Bateson) "

Eso muestra que somos los dos estúpidos (Yinius y yo), pues hemos estado dogamtizando el propio punto de vista...como me dijo un amigo (Pablo) en un mail ayer:
"Cada cual tiene que luchar contra su propia tendencia a dogmatizar su propio punto de vista"
Antes de lo cual me dijo: "Lo más gracioso que suele pasar a menudo es que algunos miembros acusan a otros de ser cerrados, e incluso a veces se generan ciertos conflictos, y el miembro acusador no se está dando cuenta que el cerrado es él, porque no deja en paz al otro con su propio dogmatismo y es incapaz de aceptarlo y quererlo, a menos que piense como él"

Una frase de Immanuel Kant, como entremés:
"Solo existen dos maravillas en el universo, los cielos estrellados, arriba, y el espíritu del hombre, abajo."

[pero no hinches las bolas con que queres saber y entender, porque vos decis me quiero bajar de la calesita pero te encadenas al caballito, aunmentas la velocidad y a eso le llamas "aprender"] me dice Yinius; creo que no expliqué cómo es para mí el proceso de aprender:
En el vertiginoso ritmo de la calesita quizás una parte de mí se maree, pero de vez en cuando suele aparecer un poco de conciencia con la cual puedo revisar las cosas.
Es curioso cómo cuando estamos a punto de sufrir un accidente toda nuestra conciencia aparece de repente -"nos hacemos presentes" (¿dónde habíamos estado antes?)-(el hecho de que a veces podamos salvarnos del accidente y a veces no es para preguntarse otras cosas). También es curioso cómo, después de un accidente, reflexionamos aunque sea sólo un día sobre muchas cosas con más profundidad que antes (quizás haya gente que no lo haga, pero eso es para preguntarse ¿por qué no lo hacen? o ¿por qué lo hacen los que lo hacen?)
Leí por algún lado que cuando sufrimos nuestra conciencia es desafiada. Muy interesante punto de vista es ese.

Hasta este punto no sabía qué título ponerle a esta entrada. Ya lo encontré...

Un abrazo a todos y ¡adelante con lo que tengamos! (hay que hacer -actuar- con lo que se tiene; sabias palabras que me dijo mi novia, a las que un profesor le respondió "y con lo que no se tiene también" -hablando de complejizar la cosa, de profundizar-)

Diego.

PD: Qué lenguaje más ambiguo el que elegimos los humanos!

miércoles, septiembre 28, 2005

"Aquello que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo"

¿Qué nos quiere decir Johann Wolfgang von Goethe con esa cita? Esa cita, extraída de una de sus obras maestras: Fausto, puede aparecer también traducida como "Aquello que has heredado de tus padres, conquístalo para poseerlo" o como "Aquello que has heredado de tus padres, trabájalo para que sea tuyo", o en otras formas similares.
Hace un par de semansa terminó el curso "Ética e Interpretación: Los Sueños", al que yo asistí como oyente, y que fue dado por una psicoanalista de Buenos Aires en una librería de Rosario. Durante una de las clases de dicho curso, la psicoanalista dio su interpretación de dicha frase, que fuera citada por Sigmun Freud en su obra maestra "La Interpretación de los Sueños". María del Rosario (así se llama la psicoanalista) dijo "¿Y qué es lo que se hereda de los padres? Se heredan sus faltas, sus pecados" (aclaro que "pecados" no en el sentido religioso).
Esa interpretación estubo resonando en mí (pensándola con mi parte conciente así como también elaborándola con mi parte inconciente). Y por eso fue que tube un sueño largo, y que después de levantarme me dispuse a anotarlo enseguida, tratando de recordar todo de él. Y en ese sueño figuraba algo del título de esta entrada: en un momento estaba en un patio, donde aparecieron dos escritores conocidos, un hombre y una mujer, y quienes yo sabía en el sueño que eran escritores de renombre, pero que sólo había leído las obras del hombre, no de la mujer. Y con esto último pude asociar a los escritores con mis padres, debido a lo siguiente: lo que heredé de mi padre (la falta, la falla de mi padre) era quedarse callado (la mayoría de las veces), no responder ante quien lo acusaba con violencia y/o vehemencia; o sea: a mí me pasa(ba) algo parecido, pero con la distinción de que yo trato, en medio de ese clima denso, de buscar la verdad de lo que hay en el asunto en cuestión, y poder así dar una respuesta lo más adecuada que me sale en ese momento; ahí está la conexión: mi padre lo tiene, yo lo recibí como herenci, yo lo adquirí (lo conquisté) y lo puedo poseer, usar de una manera positiva para mí.
El hecho de que en el sueño me parezca conocer a la escritora, pero no a su obra significa que todavía no he podido dar con un resultado positivo de la o las fallas de mi madre que yo heredé.
Bueno, parece que saqué todo lo que tenía en la cabeza, o sea se acabaron las asociaciones al respecto, o -quizás lo más probable- no quiero ver más cosas -no quiero saber nada con-, en relación a cuáles son las faltas de mi madre que yo heredé...bueno seguiré analizando esto, pero por ahora en un ámbito privado (mi cabeza) :) .

Bueno, nos leemos la próxima entrada,
Diego.

lunes, septiembre 12, 2005

¿Fácil o Difícil?

Hace unas semanas vi dos artículos en Clarín, uno que hablaba sobre el aumento del consumo de fármacos para tratar problemas relacionados con el estress, la depresión y otros síntomas en niños . El otro artículo señalaba el uso de estimulantes para mejorar el rendimiento en adultos.
Buscando en Clarín el primer artículo encontré otro, que me sorprende más todavía: En EE.UU. aprobaron el uso de un aparato contra la depresión. Se ve que esto de llevar a todo la cuestión de la "rapidez" se está cumpliendo. "Lo que importan son los resultados", dirán tratando de justificar algunos. Yo no digo que no importen los resultados, sí digo que el cómo se obtiene los resultados es la cuestión central aquí.
Supongamos que se nos pincha una rueda de nuestra bicicleta. Podemos aplicar un parche a la cámara de la bicicleta o podemos ver si la rueda (el neumático) está gastado y por lo tanto, por más que aplique un parche o cambie la cámara, la reparación durará poco. O sea, básicamente, hay dos formas de proceder: lo inmediato, lo más "fácil", para "salir del apuro", y lo que va a tomar más tiempo, lo más "difícil", para "cortar el problema desde su raíz". Este tipo de situaciones se nos presentan momento a momento. Si elegimos lo fácil, habremos eliminado el síntoma, pero si elegimos lo difícil habremos eliminado la enfermedad. Si elegimos lo fácil es muy probable que vuelva a aparecer el mismo síntoma (o que aparezca otro)
Si alguien tiene un porblema como estress, o depresión, o ... tiene básicamente 2 formas de resolverlo: eliminar su síntoma (tomando una pastilla -u otro medio, si se aplica, como es el caso del aparato contra la depresión-, "hacerse el positivo" -en caso de depresión-, irse de vacaciones -en caso de estress-) o preguntarse qué le está pasando. Como habitualmente compramos lo que se nos vende, cuando estamos estresados tomamos un "tafirol" o algún estimulante. O si estamos deprimidos tomamos "prozac". Esto de comprar lo que se nos vende es otra cuestión para analizar (en otra entrada tal vez lo haga). Ese es el camino fácil, el que puede dar una respuesta rápida (pero que no elimina el problema, sino que nos puede hacer dependientes de la solución elegida).
El camino difícil sería empezar a preguntarse por qué se siente uno estresado (o deprimido, o ...), tratar de ver lo que hay dentro nuestro. Esto se puede hacer mejor con la ayuda de un profesional como un psicólogo; aquí señalo que las personas no conocen las distinciones dentro de las terapias psicológicas. Y en esas terapias psicológicas también vamos a encontrar lo fácil y lo difícil. Por ejemplo fácil son las TCC (terapias cognitivo-conductuales) y una solución que compromete al sujeto es el Psicoanálisis. En este último el sujeto debe realizar un mayor esfuerzo, pues el saber sobre su problema particular es de y está en él, por lo tanto viendo sus propias restistencias, sus propias miserias, y encontrando la raíz de ellas (nuestro comportamiento actual está determinado por el pasado: lo que hacemos o no hacemos depende de lo que hemos aprendido, tanto aquello que nos quisieron enseñar como aquello que no sabían que nos estaban enseñando) el sujeto puede hacer algo con eso que le pasa, pues así conocerá el problema desde su gestación, tendrá una visión amplia sobre él.
Si no puedo concentrarme en el trabajo, en el estudio o en otro lugar donde sea necesaria mi concentración puedo tomar las pastillas y "chau problema". Pero ¿y qué pasa con el sujeto? ¿qué pasa con la pregunta sobre el sujeto? ¿nos convertiremos en máquinas, a las que hay que "aceitarlas" para que funcionen mejor? ¿es eso lo que deseamos? ¿deseamos algo o nos movemos únicamente por el ritmo que marcan el marketing, la moda y/u otras tendencias?
Quedarse en la "comodidad" que tenemos cuando nos comportamos como siempre lo hemos hecho es fácil, lo difícil es tratar de ver la verdad de lo que nos pasa.

viernes, julio 22, 2005

Ello habla



Dice Jacques Lacan. También dice "Donde ello habla, ello goza".
¿No se entiende lo que dice? Habría qué revisar lo que quiere decir "ello".
Claro, habría que tener cuidado de no chocarse contra paredes que no vemos, porque hay paredes que no vemos...
¿Qué hacer? ¿Cómo explicar? A través de parábolas para algunos, a través de curvas menos vuelteras para otros, a través del silencio para unos pocos, sin explicar para unos cuantos, o tratar de decir lo que se quiere decir comunicándose con la subjetividad del otro (de inconciente a inconciente -si uno aloja al huesped hostil, que es el inconciente, y no lo rechaza constantemente tal vez éste colabore con nosotros-, o también tratanto de entender la subjetividad del otro para alcanzar un punto en que el otro pueda comprender lo que queremos decir).